Mostrando entradas con la etiqueta Amor. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Amor. Mostrar todas las entradas

jueves, 2 de abril de 2015

Marineros de ciudad

En una primera cita, Elena siempre le pedía a su acompañante que le mostrase sus manos. Las tomaba entre las suyas, las observaba con detenimiento y las rozaba con los pulgares. Ella creía que, a través de esta exploración minuciosa podía acceder al alma del dueño de las extremidades en cuestión.

Su padre había sido pescador. Recordaba la fuerza desmedida de sus abrazos y sus caricias rugosas, con dedos morenos y palmas ásperas pero llenas de amor cuando iba a recibirlo al puerto. Las manos de su madre, que cortaban pescado y arreglaban redes casi a diario eran también un vasto campo de cortes y durezas.

Ahora ella vivía en una gran ciudad. Su familia había invertido tiempo y dinero que ella tuviera un trabajo cómodo y ese "mejor futuro" del que tanto se hablaba en los pueblos hace pocos lustros y en el que nadie cree hoy en día. De este modo, además de esforzarse por conseguir siempre unas notas excelentes, aprendió arte, idiomas y música en sus ratos de ocio. Sus manos nunca sufrieron los ataques del agua, el viento o la sal.

Así, Elena sostenía las palmas de su posible siguiente príncipe azul y sentía que el corazón se le derretía cuando reconocía en ellas una dura profesión. Y sentía después que ese músculo lleno de sangre que le habitaba el pecho se le encogía cuando pensaba en cómo el amor de aquel hombre de quién ya se estaba prendando irremediablemente le podría ser injustamente arrebatado como el mar le robó a su padre una tarde, cuando ella lo esperaba en la orilla y nunca lo vio llegar.

jueves, 13 de febrero de 2014

...y en la guerra

Querido Fernando,

Parece amor mío que fuera ayer cuando partiste, mas han pasado ya seis meses. Al principio era sencillo hacerte llegar las cartas, cerca como estabas de casa, pero hace mucho que no sé siquiera dónde te hallas. Era también antes más fácil escribir líneas optimistas que te infundieran valor y fuerza en la batalla. Y sin embargo, ahora, aunque me encuentre lejos del estruendo de los fusiles en la noche, lejos de los ojos furiosos del enemigo, lejos de las húmedas trincheras y a salvo, la guerra me ha consumido también.

Tu madre ocupó las primeras semanas con toda clase de labores que le permitieran sentarse junto a la ventana: cosía, bordaba, zurcía y planchaba sin apartar la vista del camino por el que te vimos ir, como si cada segundo le brindara una oportunidad de vislumbrarte de nuevo. Sé, aunque nunca lo expresa, que tenía la esperanza de verte al tanto regresar, vencedor y sonriente, con el puño en alto, feliz de haber combatido por hacer de nuestra tierra ese lugar mejor en el que me decías crecería nuestro hijo.
Sin embargo ella, como yo, cree ahora que todo sueño se torna en una broma macabra y, si bien marchaste al grito de "no pasarán", ahora nos vamos enterando de que pasan. Os pasan. Os arrollan. Así es que no tenemos fuerzas ni para imaginar tu vuelta y, si miramos a la entrada de la casa, en lugar de verte a ti, se nos aparecen negras figuras, portadoras de noticias y cartas funestas, por lo que hemos echado las cortinas.

Nuestro pequeño Guillermo crece muy deprisa. Le hablo de ti y le cuento tu visión romántica del mundo y de cómo íbamos a cambiarlo a golpe de libertad y lucha. Le enseño también fotografías viejas, de cuando tú eras niño, para que ya desde su más tierna infancia te tenga como el mayor héroe, como un ejemplo a seguir.
Muchas veces, a pesar de mis nanas y canciones, se remueve inquieto en su cunita y alza las manos, agitándolas en el aire como si buscara tu abrazo, el cariño de ese padre ausente que yo le muestro en estampitas desdibujadas. Quizá intuya que habrás de perderte sus primeras palabras y pasos; tal vez incluso la vida entera.

Yo también te extraño y, aunque lo que me enamoró de ti fue tu fe ciega en la justicia y tus ansias de libertad, muchas veces me sorprendo mirando con envidia a los cobardes que prefirieron permanecer en sus hogares a luchar por un mundo mejor. A veces desearía que no fueras tan bueno, quizá incluso quererte un poco menos, a cambio de poder, como los que se quedaron, despertarnos con besos en la mañana y que tú me infundieras calor en las largas noches, cuando la habitación me parece demasiado grande y demasiado oscura, aunque fueran pusilánimes tus caricias.

Para mí ya no canto, aunque sé que te gustaba. Me parece un sinsentido irrespetuoso entonar melodías en esta tierra donde hasta los pájaros han dejado de trinar. Y he empezado a rezar. En la desesperación y la soledad, cree una incluso en ese Dios injusto del que llevo años renegando. Le imploro y suplico que te guarde, aunque si existe, bien sé yo que a ti y a mí no nos ama, ya que de hacerlo, es imposible que nos hubiera obligado a separarnos de este modo cruel y violento.
Después me avergüenzo y pienso en cómo me reprenderías y te mofarías de encontrarme entregada a tales fervores divinos y dogmáticos. Entonces te rezo a ti mismo y, en susurros, enjugándome las lágrimas, bulléndome el corazón en el pecho, te pido una y mil veces que seas capaz de escapar a la muerte y aguantes la desgracia para que te reúnas conmigo y con nuestro hijo una vez más.

Me despido de ti diciéndote como siempre que espero tu pronto retorno y que te aguardo junto a la puerta, mis brazos preparados para recibirte entre muestras de cariño. Pero he de confesarte, Fernando, que no distingo ya bien si te escribo todo esto de corazón o si es sólo la fuerza de la rutina la que me impulsa a cerrar así esta, por lo demás, triste epístola.

jueves, 6 de febrero de 2014

De la tierra y el amor

La mirada parda que emana de tus ojos
abre mis candados, descorre mis cerrojos.
Se entrega a ti de lleno mi oscuro interior
como la primavera hace abrirse una flor.

El río de tu aliento humedece mi pecho,
entre dos tibias montañas tiene su lecho.
Como harina de pan amasas mi vientre
dándole forma entre tus palmas candentes.

Tu suave lengua recorre como perdida
en mi cuerpo cien callejones sin salida.
Tus dedos se esconden entre mi piel
robando, traviesos, a un panal su miel.

Tus labios ahogan mis últimos gemidos
que resuenan como el mar embravecido.
Te abrazas a mi ser en tu éxtasis ferviente
vertiendo en mis entrañas tu ígnea simiente.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Summer Remembrances

And so I would call his name, his sweet long name, among the trees. I would shout and scream it until, as if from nowhere, he would appear and kiss me on the cheek. Then, we would spend hours in that forest, only sitting on the wet leaves or looking at the clouds and trying to see shapes on them. We would also get on our knees and pray to Goddesses we had just invented, that meant nothing to the world but were all for us.

Some other times we would go down town and enjoy the noise and the dancing and the neon lights like stars on a hard dry sky of concrete and bricks. Those nights, we wouldn't really talk but just enjoy staring at each other's smiles, glowing because of the weird lamps in the discos. Most of the time, knowing he was right beside me was enough to feel at home. I didn't need any superfluous chat.

I would enjoy finding my own reflection in his sea-blue eyes and I knew, even back then, when I was so innocent and so young, that I would never feel happier, safer than between his arms, my face resting on his young, almost childish chest, thinking our love was going to last forever.

miércoles, 29 de enero de 2014

Caritas sonrientes

Amaba a Ester de una manera desmesurada. Desde lo más profundo de algún rincón ilocalizable de su alma. No sabía la razón exacta por la que le profesaba aquel cariño tan puro, pero, aunque estaba claro que tenía que ver con sus formas redondas, la quería sobre todo por su expresión amable, por su voz siempre suave y melosa y por aquella nube aromática, mezcla de dulce y picante, que la envolvía de pies a cabeza, como un fuerte perfume especiado, como un aura angelical: su pelo negro, siempre trenzado, olía a jengibre y canela, y sus manos y brazos morenos se veían a menudo salpicados de manchas blancas de harina de trigo o maicena.
Él no podía evitar que el corazón le saltara en el pecho cuando la veía moverse con destreza por la cocina, como una diosa antigua de alguna deliciosa tierra soñada, una venus oronda que, canturreando alegremente, preparaba suculentas recetas para los señores.

Siempre estaba de buen humor y, aún cuando la apremiaban o regañaban, la sonrisa no escapaba del todo de aquellos labios mullidos suyos. Él y sus besos a escondidas eran la razón de tanta felicidad. Llevaban meses viéndose en secreto, citándose en lejanos recovecos del jardín, bajo las escaleras del hall, entre las alacenas de la despensa o en el cuarto de la plancha.
Ahora se reían cuando pensaban en los largos años que habían pasado ambos trabajando para los Cortázar y cómo hasta hacía poco habían intentado ignorarse, disimular el rubor en las mejillas cuando habían de permanecer en la misma habitación, aplacar el vuelo de mil mariposas en sus estómagos. Todo por el tonto miedo (siempre en la vida, el miedo) a que el otro los rechazara.

Mas tenían bien sabido que la familia de ella, aún humilde, nunca le hubiera dado el visto bueno a alguien con su apellido. Un Expósito, que además trabajaba como mozo en una cuadra, jamás les parecería suficiente para aquella hija que, si bien no sabía leer o escribir con soltura, era tan hermosa como una flor abierta en pleno mediodía.
Por eso iban a escapar antes de que el codicioso padre de Ester llevará a cabo su manifiesto plan de encontrarle un buen partido al que no tuviera que pagarle la dote y, con un poco de suerte, no la mantuviera sólo a ella, sino también al resto de aquella pequeña prole de congéneres.
Así que Mario y su preciosa prometida sin anillo ahorraban hasta el último centavo de sus míseras pagas. Nunca lucía él una camisa nueva, ni en los domingos. Nunca gastaba ella, ni en un lazo para anudarse el cabello, ni en un dulce. Toda aquella frugalidad, en lugar de minarles el espíritu, los reconfortaba, les hacía sentir que ya quedaba menos para una vida en común. Y así rozaban el cielo con las puntas de los dedos y hacían planes medio soñando.

Sin embargo, la belleza de la joven se puso más de relieve, si cabe, cuando aquel aprecio tierno y la alegría que le brindaba le asomaron al rostro. Y cuando Ernesto, el hijo mayor de los dueños de la casona y capitán de un pequeño navío mercantil, volvió a casa tras un largo viaje, no pudo menos que reparar en ella y mirarla desde una perspectiva diferente para tenerla en cuenta, no ya como a una niña simpática al servicio de los suyos, sino como una mujer. Una mujer soltera.

A pesar del claro impedimento que supondrían sus diferentes procedencias sociales, el chico se había quedado totalmente prendado de Ester y le dedicaba continuamente sus atenciones y dulces palabras. A todas horas la buscaba y su gentileza fue además materializándose, primero en pequeños detalles, en costosos regalos después. Y, aunque el resto de los Cortázar no parecían estar muy de acuerdo con su elección, no tenían más remedio que guardar silencio, pues un buen parecido como el de la chica desbancaba, sabían, cualquier lógica que intentara usarse con un hombre enamorado.

Si bien el amor entre Mario y ella seguía creciendo con el paso de los días, la situación se volvía insostenible y, cuando finalmente fue llamada a mantener una conversación importante y privada en el despacho de aquel hombre de mundo a quién había conquistado sin proponérselo en absoluto, ambos amantes eran totalmente conscientes de la gran pregunta que se le iba a formular.
También era clara la respuesta que Ester habría de dar si no quería que su padre la buscara hasta en el más apartado rincón del país para darle muerte de su propia mano. Efectivamente, cuando fue pedida en matrimonio (por segunda vez y, ahora, ante los ojos de terceros), en aquella elegante habitación llena de muebles de madera noble y terciopelos que ella misma había lavado y almidonado decenas de veces, no se trataba más que de una especie de obra de teatro representada por fantoches, una mera formalidad. Era un trámite al que su padre ya había dado el visto bueno unos días antes, brindando a base de licor barato con el enamorado burgués, que lo visitó por sorpresa en su sencilla casa.

No trataré siquiera de plasmar en palabras la sensación de amargura que tiñó de un gris ceniciento el rostro y le llenó el corazón de una angustia, pesada como el plomo, a nuestra protagonista. Su sino había caído sobre ella como un paño negro sobre la jaula de un lorito al que se quiere hacer creer que es de noche para que silencie su trino.
Mario sentía sus mismos pesares, compartía su dolor, aunque apenas pudiera ya acercarse a ella, mucho menos rozarla.

El mundo seguía girando. Sin embargo, lo hacía mucho más lentamente, como arrastrándose. El gesto de su nuevo prometido se torció cuando Ester le pidió no ser apartada de sus quehaceres hasta el mismo día de la boda, pero (y esto no se lo dijo a nadie) ella temía volverse loca si tenía que sentarse a esperar a dar ese "sí quiero" que verdaderamente no ansiaba, a ver cómo las últimas horas de libertad de su vida iban muriendo una tras otra. Ye pronto, un día, mientras cosía, se le ocurrió que aún tenía un modo de escapar.

Sostuvo las grandes tijeras de cortar tela un instante frente a ella y, mientras observaba sus afiladas hojas, se permitió dudar un instante. El último. Después tomó aire y, con determinación, se clavo el puntiagudo instrumento en el ojo izquierdo. No dejó que un un solo gemido saliera de su boca hasta que el metal la hirió profundamente. Entonces gritó. Aulló como una loba a la que le arrancaran a sus cachorros en el medio de la noche, protestando menos por la sangre que veía caer sobre la mesa que por las semanas de silencio que se había visto obligada a guardar. La noche fue partida en dos por su alarido y ensordecieron hasta las palmeras del jardín, de quejumbroso como resonó el quejido.
Presto acudieron a ella manos dispuestas a ayudarla y oyó a su alrededor muchos suspiros y muchos ayes. Pero todos parecían coincidir en que su vida no corría peligro, a pesar de la mala suerte de haberse caído mientras caminaba sosteniendo las tijeras hacia arriba, y aunque su cara quedaría para siempre desfigurada.

El amor de Ernesto resultó entonces ser, tal y como ella había calculado, caduco cual hojas de un roble en otoño y pronto se excusó para aplazar la boda con mil razones de poca importancia y acabó por cancelarla, entregando una buena suma de sucio dinero a aquellos que casi llegaron a ser sus suegros una vez, por devolverles a su hija, echada además a perder la que todos parecían pensar era la mayor de sus cualidades.

Su madre lloraba, maldecía su mala suerte y llegaba incluso a reprocharle su falta de cuidado el día del "accidente". Pero Ester prefería aguantar toda aquella retahíla a una vida atada a alguien con quién no compartía ningún horizonte y fijaba su ahora impar ojo en el camino de gravilla que llevaba a su puerta, por el que esperaba ver aparecer a su auténtica mitad pronto.
Él no se hizo esperar. Se esforzó porque aquel hombre creyera que apenas sí conocía el nombre de su hija, la misma cuya alma pensaba haber descifrado hacía ya mucho. Preguntó un poco por su salud, intentando que no le temblara la voz al recordar el día en que la vio sacar de la casa, el rostro bañado en rojo fluido de vida, y respondió a unas pocas cuestiones acerca del trabajo que ambos habían desempeñado en la gran propiedad de los Cortázar. Fingiendo estar interesado en el dinero que ahora todos sabían se había "pagado" por la deshonra de devolver a la doncella a su hogar, habló con su padre en un tono neutral, explicándole las ventajas de librarse de una chica tullida, los inconvenientes de tener otra boca que alimentar de por vida bajo su techo. Y funcionó.

Aquella vez no hubo brindis y a ella no le compraron siquiera un vestido hermoso. La ceremonia se llevó a cabo con bastante poca alegría y los novios tuvieron que contener sus ganas de acariciarse y abrazarse hasta que al fin, en la tarde, quedaron solos.
Entonces, mientras posaba suavemente la yema de sus dedos sobre la nueva cicatriz del rostro de Ester, Mario descubrió el por qué de su absoluta devoción por ella. Si bien su hermosura seguía dejándolo sin aliento aún ahora, eran su valentía y su entereza las que realmente la hacían tan atractiva. Le hacía sentir que no había en el mundo ningún problema que los pudiera dividir, ningún obstáculo en el camino de la vida que no los permitiera seguir recorriéndolo de la mano. Y, al adivinar todo esto, la deseó aún más.

-No sé si yo hubiera podido hacer algo así, vida mía. -Dijo él algo cabizbajo y sin poder apartar la vista de su herida aún rosada. Y sosteniendo la bolsa con las monedas ante ella, añadió: -Esto te pertenece sólo a ti.
Pero ella también sentía que nada volvería a separarlos y creía que por las venas de su esposo corría suficiente gallardía como para enfrentarse a cualquier sorpresa desagradable que pudiera depararles el mañana. Apartó el dinero con un gesto decidido. Las estúpidas ansias de riqueza que ya los habían hecho sufrir antes no se interpondrían en su armonía en la que todo era compartido, todo era de dos y para dos.

Marcharon lejos, hasta un lugar al que no habían llegado los ecos de su historia y donde no tuvieron que ocultar su amor nunca más. Tres meses después, él se divertía pintando caritas sonrientes en un vientre preñado como un bollo relleno: a veces con dos ojos, a veces con uno sólo. Todas las besaba con igual vehemencia.

domingo, 19 de enero de 2014

Instancia urgente

Anuda tus muñecas con trenzas de mi pelo,
ata fuerte mi corazón a promesas bellas.
Y para contar con los dedos las estrellas,
llévame, unidas nuestras manos, hasta el cielo.

Háblame suave y quedo del Paraíso.
Léeme en voz alta sobre aquellas tierras
cabalgables sólo a lomos de caricias tiernas
y firmemos en sudor y saliva compromisos.

Préndeme así, como una larga cerilla,
como páginas de un libro prohibido,
zumo de gasolina recién exprimido,
de roble caído, hojas secas y astillas.

Que nos encuentre abrazados siempre el alba
y no falten a la mesa platos de dulces besos.
No dejes que mi furia provoque tu destierro,
desdibuja mis enfados con palabras de calma.

Escóndete dentro de mis armarios y altillos.
Acurrúcate juntó a mí, protegiéndome del frío.
Y si alguna vez nos separa lo que llaman destino
a mi ventana llama de nuevo con tus nudillos.

viernes, 3 de enero de 2014

Yo quisiera...

En tu espalda posar mis manos,
besar tus párpados cerrados.
Meter mi índice en tu ombligo,
derretirme bajo tu peso y abrigo.

Soplar el hoyuelo de tu barbilla,
provocar con caricias tu sonrisa.
Confesar en bajo a tu orejita
que es la cosa más bonita.

Con mi lengua rozar tus labios
desearnos, amarnos, entrelazarnos.
Beber del sagrado cáliz de tu boca
en tu pecho al amor escribir una oda.

Aprenderme el mapa de tu cuerpo
geografía de un país perfecto.
Descubrir tus puntos cardinales,
sucumbir a los deseos más carnales.

Perder mis dedos en tu pelo.
Afinar juntos nuestros cuerpos
y tocar la más bella melodía
hasta ver nacer el nuevo día.

jueves, 2 de enero de 2014

De Crear Nueva Vida

Quiero que me hagas el amor. Quiero estrechar tus piernas entre las mías. Quiero arañar tu espalda, morder tu cuello, susurrar en tu oído que no quiero dejar que tu sexo salga de mi cuerpo nunca. Quiero sentir tu respiración agitada, cálida, húmeda recubriendo todo mi cuerpo. Una fina y suave capa de lujuria que me envuelve y quema.

Necesito que sepas que nunca antes sentí el cariño como ahora lo siento. Que nunca nadie hizo de mis sueños los suyos, de mis lágrimas su propio dolor. Nunca antes he deseado compartir mi vida entera. Nunca antes había pensado en un para siempre, en un sin ti nunca jamás. Y es que cuando te miro no veo sino más de mí, con otros ojos, con otro rostro, pero hecho de la misma materia, como dos vasos del mismo vino, dos manzanas de un mismo árbol.

Quiero que me preñes, que obres en mí el milagro de la vida, que viertas tu ardiente semilla en mi interior, creando con tu cariño un nuevo ser. Un pequeño corazón que lata al compás del mío, que crezca cada día alimentándose de mi sangre y tus caricias. Quiero verte sostener entre tus hermosas manos, que parecen esculpidas en mármol, al fruto de la pasión que nos confesamos. Traer para ti, a este mundo cruel, una criatura que habrá de ser angelical, por haber nacido del más puro y tierno amor.

Quiero besar tu miembro erecto, darle las gracias. Que tú beses la entrada a mis entrañas, como si de la puerta de un templo se tratará. Quiero oír mi nombre en tus labios y decirte cuan desesperadamente, apasionadamente, ávidamente te amo y necesito tu presencia. Quiero mirar cómo tus ojos se cierran y tu alma se abre entregada al éxtasis y culminación del placer mientras tu ser, del modo más dulce me inunda y creas tres donde antes había un par.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Entre el amor y la desesperanza, a las puertas de la locura

La oscuridad se cernió sobre mi alma cuando te vi partir y no habrá de amanecer de nuevo hasta que tú vuelvas.

Envuelta en su sudario blanco, acompáñame la soledad. Se sienta a mi lado y me observa mientras escribo esta carta que no podré enviar, pues desconozco amor, dónde te hallas. Es ella mi musa, quien acomoda su espalda contra la mía en esta eterna noche fría, quien me acuna en su regazo y entona cánticos tristes y llenos de lamentos, hasta que el sueño se apodera de mí.

Incluso entre los brazos de Morfeo lloro tu pérdida como una niña huérfana, hambrienta del pan de tu calor; y no habré quizá de encontrar paz ya nunca en el mundo de los vivos. Mas una última esperanza, esa que dicen nunca se pierde, me impide también abandonarme a la muerte, y el terror a perder la conciencia al llegar al inframundo, el miedo a que también me sea arrancado tu recuerdo del corazón, hace que rehuya incluso el descanso eterno.

Afuera llueve, y es tan grande mi tormento, que afuera lluevo yo. Mi ser discurre por los canalones, mi ser se arrastra por la tierra, mi ser gotea, se deja caer desde las ramas más altas de los árboles, que empiezan a marchitarse por culpa del invierno, y se quiebra en mil pedazos al chocar contra el suelo. Mi dolor lo inunda todo, y como el agua de lluvia, llega a todos los rincones, sirviéndome así de consuelo e impidiendo que pueda consolarme.

Con cada lágrima que escapa de entre mis párpados y resbala abrasando mi mejilla, tu imagen, que creía grabada a fuego en mis pupilas, pierde nitidez. Y hace tanto que marchaste, tanto que no te asomas a mis ojos, que a veces no soy capaz de invocar y traer ante mí el rostro de quien se llevó mi esencia y mi vida entre los pliegues de su negra capa. Y mi boca enmudece, si le ruego pronuncie tu bendito nombre…

Que detenga la rueda del mundo su eterno girar. Esta vagabunda del sufrimiento no quiere continuar su viaje. El aire es veneno ahora que tú ya no respiras conmigo: arde a su paso mi garganta y se tornan mis entrañas volátiles cenizas que no sé cuánto más podré retener, envueltas en el triste manto de mi cuerpo seco y ajado.

“Vuelve” le grito al aire. “Vuelve que sin ti no hay vida y sin ti no muero”, le grito desesperada. Y suplico, y gimo y abatida caigo de nuevo y beso el suelo en que un día tú posabas tus pies. Mas el viento traicionero, no lleva hasta tus oídos mi suave letanía, y si lo hace, tú no le prestas atención.

Si existe un Dios yo le imploro que tu piel no acaricie otro pecho, que tu boca no encuentre otro sabor que aquel que yo le infundí con mis labios, que no repose tu cabeza en palma de mano extraña, y que escuches el río de llanto, contra cuya corriente ya no puede luchar más aquella que siempre habrá de quererte y por siempre aguardará tu regreso.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Sentida declaración de intenciones para un nuevo amante

Mentiría si dijera que nunca voy a enfadarme contigo por un detalle absurdo, a pensar que llevo razón cuando estoy confundida o a llorar sin motivo y exigir comprensión y un abrazo eterno y cálido en medio de tanto drama.
Pero te doy mi palabra de que en los malos momentos trataré de encender de nuevo tu sonrisa con alguna ridiculez que se me ocurra espontáneamente y que intentaré sostener tu mundo con un "todo va a ir bien", esforzándome por que suene, además, convincente, sin que te percates de que realmente no tengo ni idea de qué nos depara el futuro.

No tendremos la casa más grande, elegante o limpia de la ciudad: soy un pequeño desastre doméstico. Quizá un día el salón aparezca cubierto de miles de pedacitos de papel de colores porque he estado, de pronto, en marzo, fabricando las felicitaciones que enviaré en Navidad. O puede que te sientes sobre una aguja gigante una tarde, porque estoy empezando una bufanda nueva.
Pero puedo prometer que nuestra biblioteca estará siempre perfectamente ordenada por autores y épocas y quizá cocine tortitas algún que otro domingo.
Si llegas a casa después que yo, cuando oiga tu llave en la cerradura, iré corriendo a darte un beso, o un susto, o a revolverte el pelo con los dedos (y todo lo anterior dependerá de cómo haya sido mi día) y en tu cumpleaños encontrarás un regalo "acechándote" en cada esquina.

Conmigo nunca habrá una pedida de mano ante tus parientes, a la luz de las velas y regada con champagne. No podrá tu padre llevarme al altar de una iglesia abarrotada de gente y flores, mientras tú te retuerces las manos nervioso, embutido en un traje almidonado, ante un sufriente Cristo crucificado. No quiero un vestido de novia ni un ramo artificial, ni niños en un colegio privado, ni ser un día, sin preaviso, anciana, incapaz de recordar bien cómo he llegado al final de mi camino y en qué invertí mi tiempo.
Sin embargo, a cambio de que soportes mis excentricidades, puedo enseñarte a ser feliz a mi manera: sin cumplir las normas de etiqueta de la sociedad; y que en lugar de mediante las reglas del aburrido y poco exclusivo club de los adultos normales, rijamos nuestra cotidianidad con diez mandamientos dadaístas que nosotros inventemos.
Y, a pesar de que mi cabeza vive casi perpetuamente entre las nubes, aquí expongo que no dejaré nunca que mis pies se despeguen del todo de la tierra, para que no sientas que conmigo te mueves sobre arenas movedizas.

Un día quiero aprender a tocar el violín y entender algo de japonés. No moriré sin cruzar alguna frontera a lomos de un caballo o sin saber cocinar galletas de jengibre. Debo pasar una noche mirando las estrellas en el desierto y otra contemplando las auroras boreales. Ha de llegar un día en que me enfrente a mi pánico a los canes y debería tomarme mejor a la seriedad extrema del resto de mortales.
Y se me ocurre que quizá quieras hacer parte de este divertido camino a mi lado. Pero abstente (¡Y aléjate, te ordeno!), si piensas andar conmigo en silencio, o bien un paso por delante o por detrás de mis pies, y no mientras amenizas el viaje silbando una alegre melodía y das un saltito o correteas feliz cada cinco o seis metros, como hacen los buenos compañeros.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Yo quise quererte y tú no querías (o San Juan)

La hoguera arde ante tu figura oscura, recortándola. Sus llamas como dedos que quisieran alcanzarte, se dibujan sobre tu rostro sereno y plácido: naranja, rojo, naranja… Veo bailar su corazón en tus ojos inescrutables como la noche. Un fuego diminuto pero abrasador que danza en lo más profundo de tus pupilas.
Tu pelo ensortijado ondea al son de la suave brisa, que quiere peinarlo, como peinarlo yo quiero.

Frente a nosotros, en aquel pequeño infierno, la vieja mesa de tu salón y mi pobre perchero carcomido se ven presos de un calor insoportable. Sudores ambarinos recorren sus vetas, que a su paso se vuelven negras.
Él se deja vencer por la fiebre que le inunda y, doblando su fina cintura, se abalanza apasionado sobre aquella en la que más de una vez reposaste tus pies cansados. Ella le recibe con un beso y se desploma bajo su peso, olvidándose de los testigos que les rodean.
Se abrazan los amantes candentes. Crepitan sus almas y hierven. Susurran, y ríen, y lloran en el idioma de los muebles ajados.
Mi perchero ama a tu mesa. Creen los dos que salieron del mismo árbol. Mañana sólo quedará un cerco de cenizas humeantes como recuerdo de su romance y de sus cuerpos que retozaron en la hierba, sobre montones de astillas carbonizadas.

Noche del veintitres. Deben ser casi las doce y, allá arriba, las estrellas titilan lejanas, ausentes, ignorantes de todo mi dolor. Salta el fuego, pide un deseo, pero no me lo digas, que yo el mío también me lo guardo. Y es que no quiero que sepas cuánto quiero quererte.

Qué no daría yo por una mirada de tus ojos hechiceros, ladrones moriscos, perlas oscuras, en esta noche mágica de bruja luna menguante. Y es que también quiero fundirme contigo y dejar que el candor de mi corazón nos abrase y consuma por completo.

Cuando ya no quede nada, ni fuego, ni niños que corren, ni gritos, habré de soñar contigo: un misterioso fantasma ante la hoguera, la tez teñida de llamas: naranja, rojo, naranja…

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Amor de Currusco

-Guárdame un trocito de pan.
-¿Cómo dices?
Estoy sentado ante el televisor viendo una película de Tarantino que nunca consigo acabar por razones externas, con un huevo frito sobre un plato, sobre la bandeja, sobre las rodillas, y un pedacito de ese pan, que acaba de ser nombrado, entre los dedos, a punto de herir la jugosa yema, y tú me has dicho que te deje un trozo. Que sé que lo quieres para extenderle mañana por encima una buena capa de crema de cacao y avellanas en el desayuno, porque te encanta hundir tal invento en la leche, que está también llena de chocolate en polvo.
Y lo hago: parto el mentado alimento en dos y reservo tu mitad, dejándola sobre la mesa, no vaya a ser que en un descuido me la zampe por untar mi ketchup y mañana te vayas a trabajar habiendo empezado el día con unas simples galletas rancias.
Este es el tipo de cosa que hago por ti. Y me gustan.

Miras mi plato. Parte del amarillito del huevo se ha quedado ahí, en el fondo. Es lo más salado; lo que más me gusta. Y al resto de los mortales también, creo. Coges otra vez el pan, que debe estar contento con el bailecito que le estamos dando, y cortas la mitad de eso que ya era una mitad. Y me la tiendes. Y dejas el resto, de nuevo, sobre la mesa.
-Con eso ya me llega. Es por quitarme el antojo.
Sonríes. Y te doy un besito. Luego más, que ahora, si no, me pierdo la película otra vez.
Este es el tipo de cosas que haces por mí. Y te gustan.

martes, 13 de enero de 2009

Lo que Soy sin Ti

Como los Pet Shop Boys, pero sin teclado,
una casa de quince pisos, que no tiene tejado,
una bici vieja con las ruedas muy hinchadas,
gusana de seda de hojas de morera empachada.

Como un juez que no puede ser imparcial,
media naranja que no encuentra su otra mitad.
Como un gato que no maullara tras una gata,
o un pirata que conserva sanas sus dos patas.

Soy una estudiante, sin máster o doctorado,
una profesora, sin contrato de funcionario.
Como un timón que no puede girar a estribor
o una boda sin su incómoda lluvia de arroz.

Soy un cóctel sin hielo. Un batido sin pajita.
O como el invierno sin castañas calentitas.
Soy una gran finca sin valla que la proteja.
Como “Verano Azul” sin vacaciones en Nerja.

Como un lunes gris, aún muy de mañana,
una abuela que no hace compota de manzana.
Calcetines raídos con agujero para el pulgar
o un corro de niños que no supieran a qué jugar.

Soy una chica que no sabe andar con tacón,
y a quien Sabina no le dedica una canción.
Como una lavadora que no centrigufa,
una azafata de vuelo sin depilar, muy ruda.

Soy un guardacostas sin un rojo flotador,
New York triste, sumido en el Gran Apagón.
Una pastorcilla que pierde a su oveja negra
o un vidente que no sabe leer las estrellas.

Como un teléfono que no sabe hacer ring-ring,
o una reina que en Navidad no da un festín.
Un perro que no entierra hondo sus huesos,
alguien que no fue joven antes de hacerse viejo.

Como un heavy que no escucha a los Judas,
un filósofo que no busca aclarar sus dudas.
Como el verbo andar si le quitaran su dé,
un monje que encontró a Dios y perdió la fé.

martes, 15 de abril de 2008

Contigo

La próxima vez que estemos juntos, tomémonos una noche libre: sólo para nosotros, sin prisas ni ningún plan especial. Llévame a un Starbucks y deja que me ponga nerviosa cuando nos atiendan y yo aún no haya decidido qué tomar.
No pidas por mí aunque te lo sugiera. Al final seré capaz de darme cuenta de que, igual que siempre, sólo quiero un chocolate con cobertura de nata. Y tomemos también galletas. Una cookie gigante para mí, ¿de acuerdo?
Pero, sobre todo, no me dejes pagar, aunque te lo ruegue y también intente poner cara de pocos amigos. Tienes que invitarme.

Charlemos. Ya sabes, no hablar en serio. Saltar de un tema a otro. Opinar de esto y de aquello diciendo siempre un poco de todo y mucho de nada acerca de asuntos de poca importancia.

Caminemos hasta casa dando rodeos. Llévame de la mano. No dejes que ningún detalle hermoso de la gran ciudad se escape a mis pupilas, ni pasemos de largo los escaparates más curiosos.

Al llegar, en el salón, nos sentamos. Nos tumbamos. Da igual. Y reñimos un poco, pero en broma, sobre qué película ver. Al final ganas tú, porque no nos apetece llorar con eso tan trágico que yo propongo.
No vamos a terminar el film. No llegaremos a los créditos y el tema principal de la banda sonora. Igual que siempre. Como nunca. Porque me besas. Porque rozo tu piel de una manera poco disimulada, pero tratando de que no parezca premeditado. Porque ahora tú me tocas a mí. Y nos decimos "esta tarde" o "esta noche", y eso dependerá de cuánto tiempo nos haya llevado todo lo anterior, "vamos a hacer el amor despacio". Y lo susurramos creyéndolo, pero sabiendo a un tiempo que es mentira, pues dentro de escasos instantes nos arrancaremos la ropa sin piedad, y vamos a pedirnos a gritos (pero al oído, siempre al oído) deseos inconfesables que harían sonrojarse al mismísimo diablo hasta la puntita de los cuernos.

La próxima vez que nos veamos, tomémonos una noche libre.

viernes, 21 de marzo de 2008

The Last Fuck

You can already go,
as fast as you want,
but I wish you to know
that I wanted a last fuck.

The Sun can go to sleep,
years and years can pass by.
I’ll stay in bed, waiting
for my fuckin’ goodbye fuck.

‘Cause you’ve made me wrong.
‘Cause you’ve made me cry.
‘Cause you’ve drove me crazy.
But there were two things
(I think) you did quite right:
One: to hurt & Two: to fuck.

I know shit just happens,
but you were worse than shit.
A kind of compensation
must be given to me.

Come on my sweet bitch,
you know how we did it…
I know you can’t love me,
But that’s not what I’m askin’ for!

lunes, 25 de febrero de 2008

Oda al amor

Ay amor, tú que duras cien años
que no te quedas siquiera una vida.
Ay amor, que prometes todo
pero no lo entregas todavía.

Vienen volando los buitres
a comerte a ti las entrañas
amor que eres embustero
por ti llamo a las alimañas.

Viniste amor en primavera
y no tuvo tiempo el verano
de llegar con el bochorno
antes de que tú partieras.

Te llamo a mi lado en las noches
repito mi llanto cual letanía
y prometes estar para siempre
mas pronto rechazas mis caricias.

Vienen volando los buitres
a llevarse tus ojos de moro
y grabado en sus pupilas,
llevan mi rostro amoroso.

Tú ya no me robas un beso,
amor de los mil demonios
ayer me lo ganaste por ser rey
y la mentira tus dominios.

martes, 19 de febrero de 2008

A la madre

I
Consagro a la Madre mi casa, mi té,
mi escoba, y las patas de mi cama.
Mi libro viejo, la cuchara, la miel,
y la araña que cuelga de la lámpara.

Para ella son, de mi falda el suave lino,
de mi carta el pliego, trigo de la fanega,
el más rojo de entre todos los vinos
que habitan abajo, en mi bodega.

La punta del sombrero, el gato negro,
el paraguas, mi caldero ceniciento.
Las hojas de mi árbol y mis tiestos,
el laurel, la nuez, mis condimentos.

II
A la madre entrego mis sueños cálidos,
las palabras más dulces y las caricias.
Los proyectos venideros y los culminados,
mi mano en tu mano y otras mil delicias.

De la madre son mis suspiros y lamentos
los ruegos, las sonrisas, mi llanto ligero.
La felicidad que hoy en la vida encuentro
mi sudor, mi sangre, mi propio aliento.

Le doy a la Madre mi amor a ti, hombre
y las invernales noches en que a tu lado,
cambiándolo por el mío tomé tu nombre.
Tú que mis vida de gozos has colmado.

Maitasunezko Heriotza

Neurea bakarrik geurea zena,
gaurkoa da gauarik ilunena.
Begietatik ateratako malko itzela
ziur aski, ez da izango azkena.

Orain, jada, agur bero bat zuri,
gurasoei ere musu pilo bidali;
zure amodio ez badut nirekin,
esan iezadazu, zertarako bizi?

Desioaren bidea da okertezina,
ezin ahaztu bihotzaren nahia.
Urrun bazaude, ariman dut mina
ezertarako nahi neure bizitza.

lunes, 18 de febrero de 2008

Love Debts

Make me feel guilty, judge me, torture my mind
for the drugs you take, for your sorrow nights,
for the women you kissed pretending they were I,
for the way the razor blades over your skin fly.

Make me feel guilyt, and from Hell near
for your bad luck and all these deep fears,
for your worst pains and your black tears,
the projects you left and the broken dreams.

Never let me rest in peace or sleep,
I must pay for what to you I did.
No smile, happiness or joy feelings,
there are for me no more fairytales.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Ballad of the Hidden Love

I can see your face among the fallen leaves,
hear your voice in the whisper of the wind.
When I feel the rain covering my skin,
you are crying your pains all over me.

Nobody is going to occupy your place
even when you are from me so far away.
No other man will enter that special room
that inside my heart I have built for you.

All the red roses smell just like you do,
my soul gets happy knowing you are too,
and the taste of a cup of the best wine
the memory of your lips brings to my mind.

When we can lie together, embraced again,
playing, laughing, kissin on our sweet bed,
all my sorrows and my sadly repeated prayers
will finally get an answer and a shiny price.