martes, 17 de noviembre de 2015

David entre tantos otros

Tu pelo es una siembra de oscura cebada
tus ojos piedras de azabache en pura plata,
tu perfil acantilado sobre la playa.
Tu cuerpo es un árbol, tus manos sus lianas.

Tu voz me envuelve. Tus palabras son melaza.
Tu hablar es dulce, como miel que se derrama.
Decires de canela y azúcar de caña
entran por mis oídos confitándome el alma.

Por mí dices morir, por mí hoy te desangras,
te arrancas la piel o te sacas las entrañas.
Sin mi presencia no hay aire, luz, tierra o agua.
Te hieren los espacios donde no me hayas.

Llegado el ocaso, cual máiz te desgranas
se convierte en hiel toda sabia azucarada
y el candor de aquella antes ardiente mirada
se torna gélido y me congela hasta el alma.

El viento de tu voz que antes me susurraba
quiebra a su antojo cosechas de caña y palma.
Tu piel, que es mi sol, esconde su aura dorada
tras el silencio enrocado de una montaña.

Los juramentos veloces rápido marchan
quedan sólo ecos resonando en la distancia.
Y el banquete de tu amor se vuelve migajas
pues tus promesas de ayer no eran sino falsas.

jueves, 2 de abril de 2015

Marineros de ciudad

En una primera cita, Elena siempre le pedía a su acompañante que le mostrase sus manos. Las tomaba entre las suyas, las observaba con detenimiento y las rozaba con los pulgares. Ella creía que, a través de esta exploración minuciosa podía acceder al alma del dueño de las extremidades en cuestión.

Su padre había sido pescador. Recordaba la fuerza desmedida de sus abrazos y sus caricias rugosas, con dedos morenos y palmas ásperas pero llenas de amor cuando iba a recibirlo al puerto. Las manos de su madre, que cortaban pescado y arreglaban redes casi a diario eran también un vasto campo de cortes y durezas.

Ahora ella vivía en una gran ciudad. Su familia había invertido tiempo y dinero que ella tuviera un trabajo cómodo y ese "mejor futuro" del que tanto se hablaba en los pueblos hace pocos lustros y en el que nadie cree hoy en día. De este modo, además de esforzarse por conseguir siempre unas notas excelentes, aprendió arte, idiomas y música en sus ratos de ocio. Sus manos nunca sufrieron los ataques del agua, el viento o la sal.

Así, Elena sostenía las palmas de su posible siguiente príncipe azul y sentía que el corazón se le derretía cuando reconocía en ellas una dura profesión. Y sentía después que ese músculo lleno de sangre que le habitaba el pecho se le encogía cuando pensaba en cómo el amor de aquel hombre de quién ya se estaba prendando irremediablemente le podría ser injustamente arrebatado como el mar le robó a su padre una tarde, cuando ella lo esperaba en la orilla y nunca lo vio llegar.

miércoles, 14 de enero de 2015

El reencuentro

Caminas por la gran ciudad como perdido, buscando algo que te recuerde a mí, teléfono en mano por si, a través del cromo y el cristal, hago acto de presencia.
Aún recuerdas mis dedos rasgando el aire, una seña, un saludo, cuando en pleno enero el sol decidió regalarnos un día claro y cálido, para que calor sintiéramos al volver a encontrarnos. Salías apresurado del trabajo, la corbata demasiado suelta para resultar elegante, el cabello algo alborotado y el gesto expectante, como un reflejo de tu corazón. Querías encontrarme pronto y era fácil avistar a la chica de colores entre la homogénea muchedumbre gris con la que has contraído matrimonio, al menos de lunes a viernes. Te asombrarías al verme. Seguro. Porque siempre se asombran aquellos que hace mucho que no se rozan con las pupilas. Y yo me asombré también.

¿Dónde has dejado al chico que soñaba asomado a su mapa del mundo, que vivía en el camino y volvía después, cansado pero sonriente, a posar su vista en el mágico papel que le mostraba, estampados en colores, todos los posibles horizontes, para marcar con chinchetas sus nuevos territorios conquistados? ¿Cómo sobrevive el pajarillo mochilero del que me prendé perdidamente hace ya mucho tiempo en esa burda jaula de cemento blanqueado, sin trazas de arte o creatividad pero que inadecuadamente, como con ironía o en socarrón tono de burla, llamaron Picasso? ¿Cómo extenderá sus alas si se las cosieron a un traje? ¿Cómo alzará el vuelo si sus pies se ven obligados a arrastrarse amargamente sobre el asfalto cada mañana?

Me agarras, pero no con las manos, sino con el ansia. Tratas de atraparme aunque sabes que me escaparé entre tus dedos como arena fina de las playas de esos confines de la tierra que visitamos sin el otro. Soy una prueba, prueba que respira y camina, de que existe otro modo, otra manera, otra salida. Y cuando me hablas, cuando me sientes, es como si tú también hubieras escapado.
Quiero besarte como si fuera yo un príncipe salvador y tú una aletargada Blancanieves que necesitará una lengua que le hurgara más allá del paladar para sacar de su garganta un fragmento de fruta envenenada con rutina y devolverte así a la vida. Que mis labios te succionen, te arrastren conmigo fuera del asfalto y de lo conocido, que acaben con tu letargo.

Y quizá debería gritar "¡Ven!" con todas mis fuerzas, hasta que no quedara aire en mis pulmones, hasta que mis ojos se llenaran de lágrimas por el esfuerzo, hasta que mi voz se quebrara. Pero no lo hago. Y quizá deberías gritar "¡Voy"! o no gritar, pero sí venir, o ir, o no sé, pero dejarlo todo esta vez. Pero no vienes, ni vas, o no sé. Y, a pesar de la desazón y la inquietud, mañana el gran astro ardiente volverá a salir por el este. Y se pondrá por el oeste. Y seguirás saludando a tus vecinos. Y todo permanecerá plácidamente inmutable, aunque incómodo, como los lustrosos zapatos de tu primera comunión. Y yo me habré ido y ya no te molestaré como motita de barro, de barro del camino, en el ojo.