viernes, 28 de marzo de 2008

Febrero

Nunca me ha gustado febrero. No es un mes de verdad, sino un puñado de días sueltos entre enero y marzo a los que dieron un nombre conjunto. Podrían haberse repartido como semanas dispersas a lo largo de todo el año o añadiendo unos pocos días a cada mes real.

Febrero es frío. Demasiado largo para ignorarlo y demasiado corto para que nada (trágico o hermoso) comience y acabe en él. Las heridas pueden abrirse y volver a sanar en agosto. Las esperanzas pueden reaparecer y esfumarse de nuevo a lo largo de diciembre. Pero febrero es un paso intermedio, una transición.

Retraído la mayor parte del tiempo. Tímido. Usando bien poco la página que le otorgaron en el calendario. Y sin embargo, una vez de tanto en tanto, finge ser fuerte y se añade un único día porque cree que así se sentirá mejor, porque cree que los demás cambiarán su punto de vista respecto a él.
Aunque, en algún momento entre el día catorce y el quince, algo emerge de nuevo desde lo más profundo de su corazón y le dice que nada va a cambiar. Y febrero desespera.

jueves, 27 de marzo de 2008

Una calle a medida

Mi novio vive muy, muy, muy cerquita de Sol. Y me gusta su calle, porque es peatonal y chiquitaja y porque, a pesar de estar en pleno centro, todo alrededor tiene aroma de barrio: a panadería madrugadora y bollo recién horneado. Y tiene un cine al ladito de casa, de esos en los que ponen películas extranjeras para gente culta, en versión muy original.
Pero la propia Puerta del Sol, la plaza de Callao y la interminable Gran Vía me parecen... no sé, demasiado abiertas, demasiado anchas y plagadas de peatones presurosos para poder vivir a gusto en ellas.

A mí me gustan más las calles algo viejas, con alma y corazón añejo. De esas en las que, si hay un coche en doble fila los otros tienen que pitar e insultar bien alto a la madre de quien lo aparcó. Y abrir la ventana y que se vea el solillo en los tejados de la vecindad pero no llegue a tu ventana porque no hay sitio de lo retorcidas que están las calles, de lo apretujaditas que construyeron las casas.

Y que oigas a un obrero gritar. Y a la de enfrente, que no tiene novio fijo porque no hay hombre que la aguante más de dos semanas, y te pone Camela a todo volumen cada sábado por la mañana, a eso de las once, cuando tú aún querrías dormir tus “cinco minutos más”. Y te tapas la cabeza con la almohada pretendiendo no oírla, pero sabes que es inútil, pues ya te desvelaste.

Soy una rara. Y quiero un barrio bohemio (y terrenal) en el que poder ser feliz con mis pequeñas excentricidades. Con un par de putas que todo el mundo conoce y un bar en el que siempre hay gresca. Aunque esto último quizá mejor algo apartado del portal. Lo justo para decir "huy, huy, huy" y meterte para casa así como con prisa, como que de pronto te cuesta encontrar las llaves… y teniendo algo que contar. Pero sin que te hayas llegado a ver envuelta.

viernes, 21 de marzo de 2008

The Last Fuck

You can already go,
as fast as you want,
but I wish you to know
that I wanted a last fuck.

The Sun can go to sleep,
years and years can pass by.
I’ll stay in bed, waiting
for my fuckin’ goodbye fuck.

‘Cause you’ve made me wrong.
‘Cause you’ve made me cry.
‘Cause you’ve drove me crazy.
But there were two things
(I think) you did quite right:
One: to hurt & Two: to fuck.

I know shit just happens,
but you were worse than shit.
A kind of compensation
must be given to me.

Come on my sweet bitch,
you know how we did it…
I know you can’t love me,
But that’s not what I’m askin’ for!