martes, 17 de noviembre de 2015

David entre tantos otros

Tu pelo es una siembra de oscura cebada
tus ojos piedras de azabache en pura plata,
tu perfil acantilado sobre la playa.
Tu cuerpo es un árbol, tus manos sus lianas.

Tu voz me envuelve. Tus palabras son melaza.
Tu hablar es dulce, como miel que se derrama.
Decires de canela y azúcar de caña
entran por mis oídos confitándome el alma.

Por mí dices morir, por mí hoy te desangras,
te arrancas la piel o te sacas las entrañas.
Sin mi presencia no hay aire, luz, tierra o agua.
Te hieren los espacios donde no me hayas.

Llegado el ocaso, cual máiz te desgranas
se convierte en hiel toda sabia azucarada
y el candor de aquella antes ardiente mirada
se torna gélido y me congela hasta el alma.

El viento de tu voz que antes me susurraba
quiebra a su antojo cosechas de caña y palma.
Tu piel, que es mi sol, esconde su aura dorada
tras el silencio enrocado de una montaña.

Los juramentos veloces rápido marchan
quedan sólo ecos resonando en la distancia.
Y el banquete de tu amor se vuelve migajas
pues tus promesas de ayer no eran sino falsas.