viernes, 17 de enero de 2014

Breve Herejía II

Antiguamente, los dioses estaban solos. Una buena mañana, comprendieron que aquella soledad no era buena y se decidieron a crear pequeños seres a su imagen y semejanza.

Fue así que el Dios del Mal creó a los demonios y les concedió el don de sembrar el caos y la discordia allí donde aparecían.
Así mismo, dio vida la Diosa del Bien a los ángeles, dedicados a apaciguar con sus benditas manos y sus alas de luz, aquellos lugares por los que habían pasado los demonios.
De igual manera, vio la luz la pequeña creación del Dios de la Piel, una débil criatura sin ningún tipo de poder o magia, a la que dio el nombre de “hombre”.

Pensaron entonces los dioses que debían aquellas producciones suyas habitar mundos hermosos y diferentes y,  para tan fin, dieron forma a tres enormes esferas de diferentes colores: una roja, otra azul, y una última verde.

Dejaron después que el hombre, por ser la más simple de las criaturas, eligiera en primer lugar la bola en la que habitarían sus congéneres durante toda la eternidad.

Paseó el hombre por la esfera roja, a la que habían dado en llamar Infierno y contempló el inhóspito paisaje: montañas, valles y llanuras alimentados por ríos de lava, fuego maligno y escombros; un suelo árido y estéril que quemaba las plantas de los pies, y una atmósfera irrespirable, que llenaba de humo negro los pulmones.
Pudo figurarse que los humanos pasarían hambre y sed en aquel terrible lugar, que los niños morirían abrasados y las bestias terminarían rumiando los huesos del último de los de su especie. Así, el hombre decidió que, de ninguna manera el Infierno sería un buen lugar para la existencia de su raza.

Se adentró después en la esfera azul, que los Dioses denominaban Cielo y se detuvo admirado, abriendo sus cinco sentidos: palpó la suave hierba y la fértil tierra del lugar con las palmas de las manos, sintió en su pecho el aire limpio y cargado de aromas exóticos, deleitó su oído con los trinos de pájaros llegados de lejos, contempló el más hermoso de los atardeceres y paladeó los exquisitos frutos silvestres que crecían por todas partes en aquellos parajes.
Imaginó así a hombres y mujeres felices, saciados siempre de cuanta necesidad tuvieran, siendo una sola cosa junto a las flores y los animales del lugar, y creyó el individuo que el cielo era el lugar indicado para la vida de los hombres.

Sin embargo, más que esta nueva convicción, caló en nuestro sujeto la curiosidad, por lo que decidió internarse en la última esfera: aquella verde a la que habían llamado Tierra.
Fue así como el hombre encontró un paisaje hermoso y variado: descubrió los desiertos, los glaciares y los valles y verdes montañas del mundo en el que habitamos y entendió que no era una tierra fácil de labrar aquella, que alimañas y hombres se batirían en constante duelo y que la temperatura no sería siempre agradable.

Trató de imaginar como sería la vida para los suyos en aquel nuevo paraje y descubrió así la guerra, las colonizaciones y el esclavismo, descubrió el hambre de las masas, la tortura y el miedo. Pensó el hombre que aquellas imágenes eran más propias del Infierno y trató de llegar más lejos con sus cábalas. Pudo de esta forma, asomarse a los ojos de todos y cada uno de los que serían sus descendientes y entre tantos párpados, abiertos de par en par, contempló algo realmente hermoso, algo que superaba los trinos de las aves del Paraíso, que estaba por encima del gusto de las frutas silvestres. Vio el hombre tus ojos y reconoció en ellos la sabiduría y la ternura y quiso amarlos durante toda la eternidad. Supo que entre los ojos de aquellos que poblaran felices el cielo, no encontraría jamás una mirada profunda, sincera como la tuya. Lloró entonces por no poder ver todo tu rostro, por no poder atisbar en tus labios pintada una sonrisa.

Apenado, entre lágrimas, salió el hombre de la última esfera y comunicó a los Dioses su decisión. Y es porque aquel primer humano pensó que no importaba condenar a la humanidad al dolor o al miedo si de entre aquellos millones de seres, alguno podía contemplar tu hermosa cara que ahora vivimos en la Tierra y no en el cielo.

Si alguien hay agradecido a ese primer hombre, ese alguien soy yo…

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