martes, 4 de febrero de 2014

Leer te hace sexy III

Los libreros son una raza de humanos especial. Diferente.
No tienen un color de piel o de ojos característico, pero verás siempre su mirada soñadora perdida entre nubes imaginarias, que los demás no alcanzamos con la vista, y su pelo es a menudo tan rebelde que parece que tuviera propia vida o continuamente le pasaran tornaditos y vendavales muy cerca.

Una no puede evitar enamorarse de sus manos suaves, acostumbradas a pasar con mimo las hojas, a acariciar los lomos mientras colocan éste o aquel ejemplar, dejado fuera de lugar por algún cliente desaprensivo, en la estantería correcta.
Una no puede dejar de amar esa sonrisilla cuasi tímida que visten; sus gafas que, a veces, resbalando, se ven como a punto de hacer un triple salto mortal con tirabuzón desde la punta misma de sus narices, pero que ellos empujan hacía atrás con un gesto mecánico, despistado.

Una no puede hacer nada para no sentir cosquillas en el alma, que debe estar localizada cerca de las entrañas, cuando realiza, junto a un librero, una búsqueda exhaustiva y, finalmente, uno de los dos encuentra el tomo deseado y se sonríen y lo ojean juntos. Y ahí debe una aferrarse con uñas y dientes a todo su saber estar, a esos nervios de acero de los que hace gala en ocasiones, para no besar apasionadamente los labios de ese que comenta cómo le gustan también a él las letras que ella sostiene, contenta, entre las manos, o incluso abraza contra el pecho.

Ocurre que a veces esa frialdad, como digo, muy necesaria para que la captura y sucesiva compra de un libro no se conviertan también en un romance fugaz pero eternamente guardado con celo en el recuerdo, no se digna aparecer. Sucede que, sin saber muy bien cómo ha llegado allí, una descubre su mano entre los mechones, los matojillos y matorrales de pelo cobrizo de un joven trabajador del negocio de los sueños impresos. Va pasando, y pasa, que entre el olor de palabras grabadas en tinta para la eternidad se escribe también un roce como casual, después un intencionado ósculo.
Y el mal está hecho. Y el bien está por llegar.

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