miércoles, 11 de diciembre de 2013

Tequila

Odió el sabor a alcohol. Odió el Vodka. Odió la cerveza. Odio incluso el vino. Pero el tequila es diferente. Su sabor, redondo y desgarrador, es exactamente igual a su color. Una puede notar oro o plata descendiendo lentamente por su garganta, quemándola unos segundos.
Pero lo que más me gusta de esta bebida es, sin duda, perderme en los recuerdos de aquel tiempo en que la descubrí y empecé a amarla.
Estás apoyado sobre la oreja de un sillón, juntó a la ventana. Las cortinas abiertas. Las luces apagadas. El brillo de las farolas se refleja sobre tu piel demasiado pálida y salpicada de millones de pecas. Aquí no se ven las estrellas.
Reparas en mí. Tengo la botella en las manos. Esa botella que tú consideras que debe haber siempre en todo hogar. Comprar dos peces de colores nos llevó más de un mes, comprar una bicicleta casi dos, nunca dimos de alta el gas. Pero jamás nos faltó rico alcohol.
Vierto nuestro sagrado néctar en dos vasos. Bebo. Me miras con fingida seriedad mientras tomas tu copa y tratas infructuosamente de pronunciar las palabras de la etiqueta. Podría tirarme por el suelo por culpa de la risa cuando, henchido el pecho por el orgullo, dices "Chekila José Crurevo" pero me enterneces, de modo que en vez de mofarme de tu hercúleo pero patético progreso en mi idioma, me limito a repetirte esa otra frase que tantos quebraderos de cabeza te trae. Susurro en tu oído mientras me pongo a bailar contigo, a pesar de no haber música, y tú repites como puedes "Che quierro".
"Yo también te quiero". Hay palabras que no entiendes en esa oración (quizá nunca entendieras ninguna), pero te da igual. Bailas. Bailamos. No sé qué acordes suenan en tu cabeza, pero parecen ir bien con los míos.
El suelo está helado, mas no tiene importancia. Cerramos los ojos y nos olvidamos de todo con ayuda de la bebida y del abrazo.
Afuera se oyen petardos. La vecina me ha contado que quiere acostarse contigo. Ayer bautizamos a una chica con el nombre de tu hermana. La semana pasada cenamos en el tejado. La gente, en la calle, nos pide hacerse fotos con nosotros. Nadie me dice que estoy engordando ni que tú necesitas urgentemente un corte de pelo.
Siento que somos pequeños dioses omnipotentes en un país en el que, precisamente, su dios es de lo poco que no nos resulta incomprensible.
A veces amo este lugar extraño y te amo a ti. En otras ocasiones, odio el modo en que se hacen aquí las cosas, pero a ti no puedo odiarte, porque eres esa tabla de náufrago que me mantiene unida a lo que consideraba normal. Eres lo único que "traje" conmigo.
Pronto me iré. Y tú aborrecerás esta casa y huirás, herido por esas huellas que en mi apresurada marcha olvidé borrar. Pero... ¡Shhh! No rompamos la magia etílica de este momento.

2 comentarios:

Moona dijo...

¡Me encanta! No tengo tequila en casa, pero doy fe que, de tenerlo, me tomaba un chupito por ti :)

Eleanora da Estrada dijo...

Tequila en casa... ¡Siempre! (Y algo de buena compañía para aderezar el trago...)
Un beso, Moona.