miércoles, 27 de noviembre de 2013

Confesión de un pobre diablo

Yo, señor, no soy malo... Pero el mundo, en su baile de giros sin fin, tuvo el acierto (o error) de poner a mi disposición un fusil y me dotó de suficiente entendimiento para perpetrar un atraco que yo creía simple. Encontrándome ahora ante la justicia, usted verá que tampoco soy muy buen maquinador.

En mi favor diré que me encontraba en un estado de necesidad muy grande, desesperado por tener algo que llevarme a la boca y un techo sobre mi cabeza en las frías y húmedas noches de este invierno gallego que cala hasta la médula, y, si bien dos millones de euros podrían parecer una suma desproporcionada para tan humildes aspiraciones, huelga decir que el hombre es un animal fácilmente corrompible y que, siendo posible acabar entre rejas, me pareció mejor arriesgar mi pellejo por una cantidad que me permitiese hacerme una casa de dos pisos con jardín y piscina.

Y, aunque mi madre me haya tachado siempre de conformista, dejando con el tono sus palabras entrever que no lo considera precisamente una virtud, ahora mismo, y viendo que la avaricia en mi caso rompió el saco por todos su costados, decido una vez más contentarme con mi suerte y así, me declaro culpable de todos los cargos y espero que en el calabozo se me brinde algo de bebida, un mendrugo de pan y un catre, duro sí, pero catre al fin y al cabo, para que todo este entuerto me haya servido para mejorar mi penosa situación, como venía yo queriendo.

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