A Aritz. A su corazón, a su mente, a sus dedos sobre el teclado.
Seguía ensimismada, asomada al inicio de la foresta, los pies inmóviles, negándose a ponerse en marcha, el corazón totalmente cautivado por la belleza de un paisaje que quería describir, aunque me sentía incapaz de poner tantísimo verdor y vida en palabras.
Había a mi izquierda un hombre simple, sin mucho trasfondo o preocupaciones. "¿Qué es el bosque?" le espeté. Él contestó enseguida: "Son todos esos árboles de ahí". Suponiendo que yo debía rendirme ante tal obviedad, pensando probablemente que mi pregunta era demasiado simple, absurda quizá, el hombre feliz y sin demasiado raciocinio se fue a disfrutar de los placeres mundanos que aquel conjunto de plantas le ofrecía: comida, cobijo...
Dirigí entonces mi cuestión hacia aquel que se encontraba a mi derecha, una persona formada, un ejemplo de alguien ducho en las ciencias exactas, ataviado con un traje gris, como ceniciento era su rostro y su cabello (escaso en la coronilla y algo más cano en las patillas).
Tres días me pidió el sujeto aficionado a los números y mediciones para darme una respuesta. Dos días y casi veinticuatro horas habían transcurrido ya cuando le vi aparecer, saliendo de la maleza entre la que se había perdido para indagar y aclarar mis dudas.
Cuando llegó a mi altura estaba jadeando y sucio, pero también se le veía radiante por creerse en posesión de aquello que yo ansiaba. Estaba deseoso de mostrarme los resultados de sus averiguaciones y yo asentí levemente, invitándole a compartir su recién adquirida sabiduría conmigo:
-Puedo asegurarle sin miedo a equivocarme que, si por ejemplo de bosque tomamos el territorio de abundante vegetación que tenemos enfrente, podríamos decir que se trata de un conjunto de árboles relativamente viejos, robles en su mayoría, que ocupa un área de unos treinta kilómetros cuadrados y que está dividido en su zona más septentrional por un pequeño riachuelo. En esa misma zona existen pinos y eucaliptos jóvenes, provenientes de la mano del hombre, que probablemente fueron plantados allí tras un incendio, ya que si uno indaga en la composición del suelo... -Aquí me levanté y dejé al hombre solo con su retahíla, que tampoco había resultado ser lo que yo estaba buscando. Él ni siquiera se percató de que me iba, ya que tenía los ojos cerrados mientras recitaba, como de memoria, todos sus "maravillosos" hallazgos, de tan orgulloso como estaba.
Comencé a vagar sin rumbo, sintiéndome más sola que de costumbre. Incomprendida otra vez. En medio de este caminar falto de sentido encontré a un joven sentado sobre una roca, absorto en la contemplación de algo que parecía estar muy lejos. Traté de adivinar dónde estaban fijos sus ojos, pero, en aquella dirección, mi vista sólo se encontraba con el inmenso bosque. Pero él miraba mucho más allá.
Supe que debía preguntarle. Supe que él, únicamente él, tenía la clave para entender aquello que yo tanto ansiaba.
"¿Qué es el bosque?" Y, a pesar de que lo había sacado bruscamente de su plácida ensoñación, no se molestó. Se puso en pie, sonrió y tomó mi mano.
Sin pronunciar palabra, nos abrimos paso entre el verdor de los árboles. Los pájaros y salamandras huían al notar nuestra presencia y un millón de suaves sonidos de viento, agua y fierecillas nos envolvían. Caminábamos y caminábamos sin pausa. Él parecía avanzar hacia un lugar muy concreto y no dudaba ni un instante antes de dar cada paso.
Una lluvia fina pero persistente empezó a mojar nuestras ropas y cabellos, pero él seguía sereno e inmutable, como si, a pesar de tener mi mano en la suya, se encontrara realmente a eones de mí, en otra realidad a la que yo no pudiera acceder. Y, poco a poco, dejé de pensar yo también en lo incómodo del agua fría que estaba empapando cada pedacito de mi piel y en la impaciencia que me provocaba el andar largo rato sin saber a dónde me dirigía y sin que una sola frase amenizara el camino. Iba dejándome llevar y pronto empecé a disfrutar de aquel silencio, que era más elocuente que cualquier oración compuesta para llenar un vacío incómodo.
Finalmente, el chico se detuvo ante un árbol. Uno de tantos. En él clavó de nuevo su mirada soñadora y me soltó. Habíamos llegado. Aquel ser nudoso y verde era el ocupante de su pensamiento, por lo que decidí prestarle más atención.
Miré su frondosa copa oscura, a pesar de que al hacerlo mi cara quedó a merced del agua, que caía cada vez con más insistencia sobre nosotros. Miré sus ramas, sus surcos, sus gruesas venas de madera. Y cuando, lentamente fui deslizando mis ojos tronco abajo, encontré aquello que había captado la atención de mi acompañante con tanta fuerza.
Había en la corteza un pequeño ser, un escarabajo que no sería más grande que la uña de mi dedo meñique, luchando por salir de un fino torrente de pegajosa sabia en la que tres de sus patas habían quedado atrapadas. Con las otras, incluso batiendo sus alas, intentaba infructuosamente salvar su vida, quizá viendo (quizá no) como otra gota de aquel líquido ambarino se estaba deslizando en su dirección.
Su debate entre la vida y la muerte hizo que la compasión desbordara mi corazón y me lancé hacia el árbol, para intentar sacar al frágil insecto de tan delicada situación. Pero él se me adelantó y, con un suave pero firme gesto de su brazo, me detuvo.
Así, seguimos contemplando durante algunos minutos cómo la resina, que llegaba hasta el preso en diminutas pero incesantes cantidades, lo iba cubriendo. La furia de aquel pequeño animal aumentó y aumentó hasta que, finalmente, en un momento para mí indeterminado, como cualquier otro, se rindió y cesó de moverse. De alguna manera, yo sabía que estaba vivo, pero había dejado de luchar. Había aceptado su inminente fin. Pasados algunos millones de años, adornaría un ostentoso collar, en el cuello quizá de una reina, quizá de una actriz (si semejantes títulos y profesiones siguen existiendo entonces), petrificado y convertido en parte de un hermoso fragmento de ámbar.
"Esto es el bosque". Dijo una voz cálida a mi espalda. "Miríadas de pequeñas historias como la que acabas de contemplar. Un diminuto universo, un microcosmos en el que todo está conectado. Sólo visible, palpable, si abres tus sentidos y prestas atención."
Seguí mirando al escarabajo inerte, sin saber a ciencia cierta si había perecido ya o no. Cuando me giré, el chico ya no estaba allí. Quizá nunca estuvo.
La lluvia fue mi única compañera en mi camino de vuelta a la civilización, que ahora se me antojaba mezquina y sin sentido.
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