miércoles, 15 de enero de 2014

Breve Herejía

Creó Dios las estrellas, las aguas y las diferentes especies animales; las nubes, las conchas de mar y la hierba. Y el séptimo día descansó. Se sintió entonces intrigado por el quehacer de sus criaturas y, en silencio, las observó.

Vio así a los patos, que pescaban felices en su ignorancia y vio a las hormigas, con su instinto trabajador, recoger migajas. Por último, Dios dirigió su divina mirada al hombre, para quien había creado una compañera, y vio su deleite al acariciarse el uno al otro, contempló su placer cuando se besaban, cuando hacían el amor. Y entonces Dios se sintió solo.

Comprendió de este modo el Divino, que la risa que había escuchado en boca de estas últimas criaturas era sólo para ellos, seres perecederos. Comprendió que era síntoma de debilidad el ser feliz y creyó que la soledad, sentimiento punzante del alma, era algo reservado para aquellos que reposan sobre tronos benditos.

Aquel día, Dios creó las mariposas y las pintó de mil colores brillantes. Dio vida también a infinidad de aves con diferentes y maravillosos trinos. Sin embargo, transcurridas unas pocas horas, se aburrió de estos animales y, tras soltarlos al mundo, se volvió hacia Adán para mirarlo.

Descubrió a su barrosa creación sumida en un profundo sueño, la cabeza sobre el pecho de Eva, que sonreía, ella también con los ojos cerrados. Sus manos reposaban entrelazadas, como una trenza de cuatro cordeles, sobre el vientre de él. La respiración de ambos era rítmica y acompasada y, juntas, aquellas inspiraciones y expiraciones no podían ser igualadas en belleza por el canto del ave más hermosa.

Entonces el Creador torció su boca en una mueca de dolor que poco a poco se tornó en una sonrisa irónica. ¡Cuán equivocado había estado creyendo que el hombre estaba hecho a su imagen y semejanza! Al día siguiente iba a demostrarles a aquellas grotescas criaturas de forma idéntica a la suya, la enorme distancia que les separaba. Rió de pronto el divino con una risa ensordecedora, terrible, que se convirtió en tormenta y sacó de sus dulces sueños al hombre y a la mujer.

Amaneció en el Edén y el Creador se acercó a sus cachorros. Señalando un árbol al azar, les prohibió comer de sus frutos y la feliz pareja asintió y volvió a sus juegos amorosos.
Llamó después Dios a la serpiente, animal hermoso y charlatán, fiel servidor de su Majestad de los Cielos, y que se deleitaba observando el atardecer desde las copas de los árboles:
 -Ve a los hombres y diles que coman del árbol cuyos frutos les prohibí tomar, pues he decidido que al igual que mi amor, mis regalos hacia ellos no tienen medida.
 Cumplió el animal y con su lengua bífida transmitió el mensaje a Adán y a Eva, que rápidamente comieron, pues así lo mandaba el Señor.

Entonces, el Cielo se tornó gris y la voz de Dios bramó de nuevo. Temiendo truenos y relámpagos como los de la noche anterior, la pareja de humanos corrió a refugiarse bajo los árboles y el Divino los apuntó con el dedo índice muy estirado mientras bramaba encolerizado:
-¡Oh, hijos míos! Os dejasteis engañar por la serpiente desobedeciendo mi voluntad y por ello, y aunque me duela el alma, habéis de ser desterrados.
Después se dirigió al escamoso ser, que "inexplicablemente" había perdido la facultad del habla, y lo condenó a vagar sin rumbo por los suelos, arrastrándose.

Lloraba Eva al salir del Paraíso. Lloraba Adán que, fuertemente asido a su mano pensaba tristemente que sólo en ella podía confiar. Lloraba la serpiente, injustamente tratada. Y lloraba Dios sin que lo vieran... y aún a veces llora lágrimas de lluvia cristalina cuando vuelve la cabeza y mira a los hombres, que aman y son amados... y una vez más, el Creador se siente solo en su grandeza.

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