Nunca te había visto así. Los ojos completamente rojos por la ira, ciegos, sumergidos en odio. Y sin embargo, inmóvil. Esto debe ser el principio (quizá el final) de algo grande. Tengo miedo. Me acerco más a ti, como queriendo hablar, como queriendo actuar, pero sin saber en absoluto qué he de hacer.
Tu nariz sangra. Tus oídos sangran. Tu boca sangra. Intento frenar ese flujo de tus orificios con mis dedos, pero no sirve. Mi mano, después mi brazo, acaban impregnados de tu rojo fluido. Cedo. Dejo manar el líquido libremente. Quizá esté destinado a verterse en descontrol. Quizá si tratamos de retenerlo dentro de ti, explotes en mil pedacitos.
No gritas. No lloras. No maldices. No aprietas los puños clavándote las uñas en las palmas de las manos. Sólo pierdes la vista en el infinito. Y así permaneces. Y tengo miedo.
Y siento frío.
2 comentarios:
He caído en tu blog de casualidad. Y después de estar un buen rato leye...admirando los relatos. Te doy mi enhorabuena. Son muy buenos.
Saludos desde el norte
Muchas gracias, compañero norteño. Espero que sigas "cayendo aquí por casualidad" alguna vez más.
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