Invocar tu nombre parece un pecado en esta sucia boca, terrena y común. Parece un sueño el haberte conocido alguna vez. Tu recuerdo me tortura, alejándose más y más de mí cada día, pero sin llegar a marcharse nunca.
Mi vida por saber si estás viva o muerta, mi vida por conocer el santo lugar en que tu suave cuerpo reposa, y llorarte; mi vida por llorarte, amor, desesperado y lejano amor.
Me paro a mirar a la gente, los observo, unos con prisa, otros serenos. Ocupados en sus quehaceres, paseando, o tan solo dejando pasar el tiempo, y pongo tu mirada en los ojos de las mujeres que esperan y las palabras nunca dichas, en boca de los hombre que llegan (o no).
Busco en otras caras tus labios de caramelo, el pecado más dulce por mi boca conocido, y trato con toda mi alma de recordar tus breves besos, pero no lo consigo y pienso que quizá nunca llegué a probarlos en realidad…
El mundo se detiene, cuando entre el bullicio de la calle, me sobresalta el rítmico latir de tus zapatitos de tacón, pero recobra pronto su movimiento, cuando me decepciono al ver que es otra muchacha (no menos hermosa, pero no más bella) quien provoca tan continua musiquilla.
Espero tu llegada a mi cita inventada de las mañanas soleadas en el boulevard, espero tu entrada en mi habitación, cada noche lluviosa, junto a la ventana. Espero tu carta, tu visita, tu presencia una vez más. Intento recordar, en las noches de gélido invierno, tu cálida presencia y fuego eterno junto a mí.
Para ti los más desgarradores versos escritos con sangre en algún recóndito lugar. Para ti las primeras aguas de los manantiales recién nacidos, para ti la hermosura de todas las flores de mayo, para ti las canciones de amor y los besos más tiernos.
Loco me llaman los que no entienden de amor, loco me dicen los que el amor no conocen, pero yo no pierdo el tiempo, mi tiempo en el boulevard, mi tiempo junto a la ventana. Lo invierto intentando hacer nítido y cercano tu recuerdo. Ese preciado tiempo, ese, mi tiempo, ese que no cambio por nada.
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