Aduladoras alabanzas aletean ante algunos arañando, así, ansiosas almas.
Arquéanse, ariscas aunque animosas, azorando aquellos amores ávidos.
Aunque amarguen ácidos agasajos, alumbran a atormentados amartelados.
Enamorada de la lluvia en invierno y el té muy especiado * Amante de un buen libro en cualquier contexto * Proyecto de escritora y/o poetisa
jueves, 27 de febrero de 2014
jueves, 13 de febrero de 2014
...y en la guerra
Querido
Fernando,
Parece
amor mío que fuera ayer cuando partiste, mas han pasado ya seis
meses. Al principio era sencillo hacerte llegar las cartas, cerca
como estabas de casa, pero hace mucho que no sé siquiera dónde te
hallas. Era también antes más fácil escribir líneas optimistas
que te infundieran valor y fuerza en la batalla. Y sin embargo,
ahora, aunque me encuentre lejos del estruendo de los fusiles en la
noche, lejos de los ojos furiosos del enemigo, lejos de las húmedas
trincheras y a salvo, la guerra me ha consumido también.
Tu
madre ocupó las primeras semanas con toda clase de labores que le
permitieran sentarse junto a la ventana: cosía, bordaba, zurcía y
planchaba sin apartar la vista del camino por el que te vimos ir,
como si cada segundo le brindara una oportunidad de vislumbrarte de
nuevo. Sé, aunque nunca lo expresa, que tenía la esperanza de verte
al tanto regresar, vencedor y sonriente, con el puño en alto, feliz
de haber combatido por hacer de nuestra tierra ese lugar mejor en el
que me decías crecería nuestro hijo.
Sin
embargo ella, como yo, cree ahora que todo sueño se torna en una
broma macabra y, si bien marchaste al grito de "no pasarán",
ahora nos vamos enterando de que pasan. Os pasan. Os arrollan. Así
es que no tenemos fuerzas ni para imaginar tu vuelta y, si miramos a
la entrada de la casa, en lugar de verte a ti, se nos aparecen negras
figuras, portadoras de noticias y cartas funestas, por lo que hemos
echado las cortinas.
Nuestro
pequeño Guillermo crece muy deprisa. Le hablo de ti y le cuento tu
visión romántica del mundo y de cómo íbamos a cambiarlo a golpe
de libertad y lucha. Le enseño también fotografías viejas, de
cuando tú eras niño, para que ya desde su más tierna infancia te
tenga como el mayor héroe, como un ejemplo a seguir.
Muchas
veces, a pesar de mis nanas y canciones, se remueve inquieto en su
cunita y alza las manos, agitándolas en el aire como si buscara tu
abrazo, el cariño de ese padre ausente que yo le muestro en
estampitas desdibujadas. Quizá intuya que habrás de perderte sus
primeras palabras y pasos; tal vez incluso la vida entera.
Yo
también te extraño y, aunque lo que me enamoró de ti fue tu fe
ciega en la justicia y tus ansias de libertad, muchas veces me
sorprendo mirando con envidia a los cobardes que prefirieron
permanecer en sus hogares a luchar por un mundo mejor. A veces
desearía que no fueras tan bueno, quizá incluso quererte un poco
menos, a cambio de poder, como los que se quedaron, despertarnos con
besos en la mañana y que tú me infundieras calor en las largas
noches, cuando la habitación me parece demasiado grande y demasiado
oscura, aunque fueran pusilánimes tus caricias.
Para
mí ya no canto, aunque sé que te gustaba. Me parece un sinsentido
irrespetuoso entonar melodías en esta tierra donde hasta los pájaros
han dejado de trinar. Y he empezado a rezar. En la desesperación y
la soledad, cree una incluso en ese Dios injusto del que llevo años
renegando. Le imploro y suplico que te guarde, aunque si existe, bien
sé yo que a ti y a mí no nos ama, ya que de hacerlo, es imposible
que nos hubiera obligado a separarnos de este modo cruel y violento.
Después
me avergüenzo y pienso en cómo me reprenderías y te mofarías de
encontrarme entregada a tales fervores divinos y dogmáticos.
Entonces te rezo a ti mismo y, en susurros, enjugándome las
lágrimas, bulléndome el corazón en el pecho, te pido una y mil
veces que seas capaz de escapar a la muerte y aguantes la desgracia
para que te reúnas conmigo y con nuestro hijo una vez más.
Me
despido de ti diciéndote como siempre que espero tu pronto retorno y
que te aguardo junto a la puerta, mis brazos preparados para
recibirte entre muestras de cariño. Pero he de confesarte, Fernando,
que no distingo ya bien si te escribo todo esto de corazón o si es
sólo la fuerza de la rutina la que me impulsa a cerrar así esta,
por lo demás, triste epístola.
domingo, 9 de febrero de 2014
Sílabas infinitas
No somos Iggy y Nico. Ni Frida y Diego.
Nosotros rimamos. Siempre en consonante.
Tenemos una sintaxis y gramática propias.
Y, sobre todo, un significado.
Yo a veces me siento como un sustantivo.
Tú eres entonces ese adjetivo grandilocuente que lo precede.
Así nos veo como... no sé. Digamos...
"hermoso atardecer" o "estrecha callejuela".
Otras, nos comparo a un verbo compuesto
pero no he dilucidado quién es principal y quién auxiliar.
Y juntos sonamos (soñamos) así como
"hemos caminado" o "habremos vivido".
Nosotros rimamos. Siempre en consonante.
Tenemos una sintaxis y gramática propias.
Y, sobre todo, un significado.
Yo a veces me siento como un sustantivo.
Tú eres entonces ese adjetivo grandilocuente que lo precede.
Así nos veo como... no sé. Digamos...
"hermoso atardecer" o "estrecha callejuela".
Otras, nos comparo a un verbo compuesto
pero no he dilucidado quién es principal y quién auxiliar.
Y juntos sonamos (soñamos) así como
"hemos caminado" o "habremos vivido".
Etiquetas:
Poema,
Proceso Creativo,
Spanish,
Verso Libre
jueves, 6 de febrero de 2014
De la tierra y el amor
La mirada parda que emana de tus ojos
abre mis candados, descorre mis cerrojos.
Se entrega a ti de lleno mi oscuro interior
como la primavera hace abrirse una flor.
El río de tu aliento humedece mi pecho,
entre dos tibias montañas tiene su lecho.
Como harina de pan amasas mi vientre
dándole forma entre tus palmas candentes.
Tu suave lengua recorre como perdida
en mi cuerpo cien callejones sin salida.
Tus dedos se esconden entre mi piel
robando, traviesos, a un panal su miel.
Tus labios ahogan mis últimos gemidos
que resuenan como el mar embravecido.
Te abrazas a mi ser en tu éxtasis ferviente
vertiendo en mis entrañas tu ígnea simiente.
abre mis candados, descorre mis cerrojos.
Se entrega a ti de lleno mi oscuro interior
como la primavera hace abrirse una flor.
El río de tu aliento humedece mi pecho,
entre dos tibias montañas tiene su lecho.
Como harina de pan amasas mi vientre
dándole forma entre tus palmas candentes.
Tu suave lengua recorre como perdida
en mi cuerpo cien callejones sin salida.
Tus dedos se esconden entre mi piel
robando, traviesos, a un panal su miel.
Tus labios ahogan mis últimos gemidos
que resuenan como el mar embravecido.
Te abrazas a mi ser en tu éxtasis ferviente
vertiendo en mis entrañas tu ígnea simiente.
miércoles, 5 de febrero de 2014
Summer Remembrances
And so I would call his name, his sweet long name, among the trees. I would shout and scream it until, as if from nowhere, he would appear and kiss me on the cheek. Then, we would spend hours in that forest, only sitting on the wet leaves or looking at the clouds and trying to see shapes on them. We would also get on our knees and pray to Goddesses we had just invented, that meant nothing to the world but were all for us.
Some other times we would go down town and enjoy the noise and the dancing and the neon lights like stars on a hard dry sky of concrete and bricks. Those nights, we wouldn't really talk but just enjoy staring at each other's smiles, glowing because of the weird lamps in the discos. Most of the time, knowing he was right beside me was enough to feel at home. I didn't need any superfluous chat.
I would enjoy finding my own reflection in his sea-blue eyes and I knew, even back then, when I was so innocent and so young, that I would never feel happier, safer than between his arms, my face resting on his young, almost childish chest, thinking our love was going to last forever.
Some other times we would go down town and enjoy the noise and the dancing and the neon lights like stars on a hard dry sky of concrete and bricks. Those nights, we wouldn't really talk but just enjoy staring at each other's smiles, glowing because of the weird lamps in the discos. Most of the time, knowing he was right beside me was enough to feel at home. I didn't need any superfluous chat.
I would enjoy finding my own reflection in his sea-blue eyes and I knew, even back then, when I was so innocent and so young, that I would never feel happier, safer than between his arms, my face resting on his young, almost childish chest, thinking our love was going to last forever.
martes, 4 de febrero de 2014
Leer te hace sexy III
Los libreros son una raza de humanos especial. Diferente.
No tienen un color de piel o de ojos característico, pero verás siempre su mirada soñadora perdida entre nubes imaginarias, que los demás no alcanzamos con la vista, y su pelo es a menudo tan rebelde que parece que tuviera propia vida o continuamente le pasaran tornaditos y vendavales muy cerca.
Una no puede evitar enamorarse de sus manos suaves, acostumbradas a pasar con mimo las hojas, a acariciar los lomos mientras colocan éste o aquel ejemplar, dejado fuera de lugar por algún cliente desaprensivo, en la estantería correcta.
Una no puede dejar de amar esa sonrisilla cuasi tímida que visten; sus gafas que, a veces, resbalando, se ven como a punto de hacer un triple salto mortal con tirabuzón desde la punta misma de sus narices, pero que ellos empujan hacía atrás con un gesto mecánico, despistado.
Una no puede hacer nada para no sentir cosquillas en el alma, que debe estar localizada cerca de las entrañas, cuando realiza, junto a un librero, una búsqueda exhaustiva y, finalmente, uno de los dos encuentra el tomo deseado y se sonríen y lo ojean juntos. Y ahí debe una aferrarse con uñas y dientes a todo su saber estar, a esos nervios de acero de los que hace gala en ocasiones, para no besar apasionadamente los labios de ese que comenta cómo le gustan también a él las letras que ella sostiene, contenta, entre las manos, o incluso abraza contra el pecho.
Ocurre que a veces esa frialdad, como digo, muy necesaria para que la captura y sucesiva compra de un libro no se conviertan también en un romance fugaz pero eternamente guardado con celo en el recuerdo, no se digna aparecer. Sucede que, sin saber muy bien cómo ha llegado allí, una descubre su mano entre los mechones, los matojillos y matorrales de pelo cobrizo de un joven trabajador del negocio de los sueños impresos. Va pasando, y pasa, que entre el olor de palabras grabadas en tinta para la eternidad se escribe también un roce como casual, después un intencionado ósculo.
Y el mal está hecho. Y el bien está por llegar.
No tienen un color de piel o de ojos característico, pero verás siempre su mirada soñadora perdida entre nubes imaginarias, que los demás no alcanzamos con la vista, y su pelo es a menudo tan rebelde que parece que tuviera propia vida o continuamente le pasaran tornaditos y vendavales muy cerca.
Una no puede evitar enamorarse de sus manos suaves, acostumbradas a pasar con mimo las hojas, a acariciar los lomos mientras colocan éste o aquel ejemplar, dejado fuera de lugar por algún cliente desaprensivo, en la estantería correcta.
Una no puede dejar de amar esa sonrisilla cuasi tímida que visten; sus gafas que, a veces, resbalando, se ven como a punto de hacer un triple salto mortal con tirabuzón desde la punta misma de sus narices, pero que ellos empujan hacía atrás con un gesto mecánico, despistado.
Una no puede hacer nada para no sentir cosquillas en el alma, que debe estar localizada cerca de las entrañas, cuando realiza, junto a un librero, una búsqueda exhaustiva y, finalmente, uno de los dos encuentra el tomo deseado y se sonríen y lo ojean juntos. Y ahí debe una aferrarse con uñas y dientes a todo su saber estar, a esos nervios de acero de los que hace gala en ocasiones, para no besar apasionadamente los labios de ese que comenta cómo le gustan también a él las letras que ella sostiene, contenta, entre las manos, o incluso abraza contra el pecho.
Ocurre que a veces esa frialdad, como digo, muy necesaria para que la captura y sucesiva compra de un libro no se conviertan también en un romance fugaz pero eternamente guardado con celo en el recuerdo, no se digna aparecer. Sucede que, sin saber muy bien cómo ha llegado allí, una descubre su mano entre los mechones, los matojillos y matorrales de pelo cobrizo de un joven trabajador del negocio de los sueños impresos. Va pasando, y pasa, que entre el olor de palabras grabadas en tinta para la eternidad se escribe también un roce como casual, después un intencionado ósculo.
Y el mal está hecho. Y el bien está por llegar.
sábado, 1 de febrero de 2014
Leer te hace sexy II
Yo soy, sobre todas las cosas, una mujer que lee.
Yo soy una mujer que lee sobre todas las cosas.
Yo estoy sobre todas las cosas: soy una mujer que lee.
Yo soy una mujer que lee. Todas las otras cosas sobran.
Yo soy una mujer que lee sobre todas las cosas.
Yo estoy sobre todas las cosas: soy una mujer que lee.
Yo soy una mujer que lee. Todas las otras cosas sobran.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)