Cuando era pequeña, mi tío me regaló un antiguo estuche que contenía un juego de compases y dos gomas de nata. Estos rutinarios objetos fueron así añadidos a mi cajón de los grandes tesoros: cosas que nunca tocaba porque aún no podía sacarles provecho, pero que despertaban en mí una curiosidad soberbia, ya que cuando fuera mayor, haría cosas fantásticas e inimaginables con ellos.
Mi madre me dijo que aquellos borradores blancos envueltos en celofán rosa eran de los mejores del mercado y que recibían su nombre por el olor que los caracteriza. A mí nunca me pareció que tuvieran aroma de postre, pero aún hoy, cuando estoy lejos de casa, si saco de mi estuche uno de estos maravillosos objetos y me lo llevo a la nariz, toda mi infancia me viene a la mente y se me llenan los ojos de lágrimas.
3 comentarios:
no mancillaré tus textos con mis comentarios, mas la maldad está hecha, como quién hiere para ser amado, te digo, te seguiré la pista. poeta encantadora.
Si está vetado mancillar tus bellos textos. Regreso de donde llegué. Y simplemente leeré en silencio.
Aquí nadie mancilló nada si no lo hice yo ya al poner mis burdos pensamientos en palabras. Gracias a ambos por vuestra gentil opinión. Espero el resto también sea de vuestro agrado.
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