miércoles, 2 de diciembre de 2009

Amor de Currusco

-Guárdame un trocito de pan.
-¿Cómo dices?
Estoy sentado ante el televisor viendo una película de Tarantino que nunca consigo acabar por razones externas, con un huevo frito sobre un plato, sobre la bandeja, sobre las rodillas, y un pedacito de ese pan, que acaba de ser nombrado, entre los dedos, a punto de herir la jugosa yema, y tú me has dicho que te deje un trozo. Que sé que lo quieres para extenderle mañana por encima una buena capa de crema de cacao y avellanas en el desayuno, porque te encanta hundir tal invento en la leche, que está también llena de chocolate en polvo.
Y lo hago: parto el mentado alimento en dos y reservo tu mitad, dejándola sobre la mesa, no vaya a ser que en un descuido me la zampe por untar mi ketchup y mañana te vayas a trabajar habiendo empezado el día con unas simples galletas rancias.
Este es el tipo de cosa que hago por ti. Y me gustan.

Miras mi plato. Parte del amarillito del huevo se ha quedado ahí, en el fondo. Es lo más salado; lo que más me gusta. Y al resto de los mortales también, creo. Coges otra vez el pan, que debe estar contento con el bailecito que le estamos dando, y cortas la mitad de eso que ya era una mitad. Y me la tiendes. Y dejas el resto, de nuevo, sobre la mesa.
-Con eso ya me llega. Es por quitarme el antojo.
Sonríes. Y te doy un besito. Luego más, que ahora, si no, me pierdo la película otra vez.
Este es el tipo de cosas que haces por mí. Y te gustan.