-Guárdame un trocito de pan.
-¿Cómo dices?
Estoy sentado ante el televisor viendo una película de Tarantino que nunca consigo acabar por razones externas, con un huevo frito sobre un plato, sobre la bandeja, sobre las rodillas, y un pedacito de ese pan, que acaba de ser nombrado, entre los dedos, a punto de herir la jugosa yema, y tú me has dicho que te deje un trozo. Que sé que lo quieres para extenderle mañana por encima una buena capa de crema de cacao y avellanas en el desayuno, porque te encanta hundir tal invento en la leche, que está también llena de chocolate en polvo.
Y lo hago: parto el mentado alimento en dos y reservo tu mitad, dejándola sobre la mesa, no vaya a ser que en un descuido me la zampe por untar mi ketchup y mañana te vayas a trabajar habiendo empezado el día con unas simples galletas rancias.
Este es el tipo de cosa que hago por ti. Y me gustan.
Miras mi plato. Parte del amarillito del huevo se ha quedado ahí, en el fondo. Es lo más salado; lo que más me gusta. Y al resto de los mortales también, creo. Coges otra vez el pan, que debe estar contento con el bailecito que le estamos dando, y cortas la mitad de eso que ya era una mitad. Y me la tiendes. Y dejas el resto, de nuevo, sobre la mesa.
-Con eso ya me llega. Es por quitarme el antojo.
Sonríes. Y te doy un besito. Luego más, que ahora, si no, me pierdo la película otra vez.
Este es el tipo de cosas que haces por mí. Y te gustan.
Enamorada de la lluvia en invierno y el té muy especiado * Amante de un buen libro en cualquier contexto * Proyecto de escritora y/o poetisa
miércoles, 2 de diciembre de 2009
domingo, 20 de septiembre de 2009
Un árbol lleno de perchas
Un árbol lleno de perchas.
Harapiento pasado pende de ellas.
Raíz, tronco y ramas,
incluso en las más estrechas.
Agarrándome al tallo subo.
Chasquea la madera bajo mi peso.
Trístemente caen los trapos,
se amontonan en el suelo.
Oscura se torna mi alma
en el ascenso a la cima,
no viendo posible bajada,
no sabiendo qué hay arriba.
Acaricia el Viento mi cara.
Llegada al fin a la copa,
descifro el oscuro destino
y el pasado ya no importa.
Recógeme el Viento en sus alas
y a la Tierra caigo calmada.
Descansa para siempre mi cuerpo
enterrado entre ropas ajadas.
Harapiento pasado pende de ellas.
Raíz, tronco y ramas,
incluso en las más estrechas.
Agarrándome al tallo subo.
Chasquea la madera bajo mi peso.
Trístemente caen los trapos,
se amontonan en el suelo.
Oscura se torna mi alma
en el ascenso a la cima,
no viendo posible bajada,
no sabiendo qué hay arriba.
Acaricia el Viento mi cara.
Llegada al fin a la copa,
descifro el oscuro destino
y el pasado ya no importa.
Recógeme el Viento en sus alas
y a la Tierra caigo calmada.
Descansa para siempre mi cuerpo
enterrado entre ropas ajadas.
martes, 13 de enero de 2009
Lo que Soy sin Ti
Como los Pet Shop Boys, pero sin teclado,
una casa de quince pisos, que no tiene tejado,
una bici vieja con las ruedas muy hinchadas,
gusana de seda de hojas de morera empachada.
Como un juez que no puede ser imparcial,
media naranja que no encuentra su otra mitad.
Como un gato que no maullara tras una gata,
o un pirata que conserva sanas sus dos patas.
Soy una estudiante, sin máster o doctorado,
una profesora, sin contrato de funcionario.
Como un timón que no puede girar a estribor
o una boda sin su incómoda lluvia de arroz.
Soy un cóctel sin hielo. Un batido sin pajita.
O como el invierno sin castañas calentitas.
Soy una gran finca sin valla que la proteja.
Como “Verano Azul” sin vacaciones en Nerja.
Como un lunes gris, aún muy de mañana,
una abuela que no hace compota de manzana.
Calcetines raídos con agujero para el pulgar
o un corro de niños que no supieran a qué jugar.
Soy una chica que no sabe andar con tacón,
y a quien Sabina no le dedica una canción.
Como una lavadora que no centrigufa,
una azafata de vuelo sin depilar, muy ruda.
Soy un guardacostas sin un rojo flotador,
New York triste, sumido en el Gran Apagón.
Una pastorcilla que pierde a su oveja negra
o un vidente que no sabe leer las estrellas.
Como un teléfono que no sabe hacer ring-ring,
o una reina que en Navidad no da un festín.
Un perro que no entierra hondo sus huesos,
alguien que no fue joven antes de hacerse viejo.
Como un heavy que no escucha a los Judas,
un filósofo que no busca aclarar sus dudas.
Como el verbo andar si le quitaran su dé,
un monje que encontró a Dios y perdió la fé.
una casa de quince pisos, que no tiene tejado,
una bici vieja con las ruedas muy hinchadas,
gusana de seda de hojas de morera empachada.
Como un juez que no puede ser imparcial,
media naranja que no encuentra su otra mitad.
Como un gato que no maullara tras una gata,
o un pirata que conserva sanas sus dos patas.
Soy una estudiante, sin máster o doctorado,
una profesora, sin contrato de funcionario.
Como un timón que no puede girar a estribor
o una boda sin su incómoda lluvia de arroz.
Soy un cóctel sin hielo. Un batido sin pajita.
O como el invierno sin castañas calentitas.
Soy una gran finca sin valla que la proteja.
Como “Verano Azul” sin vacaciones en Nerja.
Como un lunes gris, aún muy de mañana,
una abuela que no hace compota de manzana.
Calcetines raídos con agujero para el pulgar
o un corro de niños que no supieran a qué jugar.
Soy una chica que no sabe andar con tacón,
y a quien Sabina no le dedica una canción.
Como una lavadora que no centrigufa,
una azafata de vuelo sin depilar, muy ruda.
Soy un guardacostas sin un rojo flotador,
New York triste, sumido en el Gran Apagón.
Una pastorcilla que pierde a su oveja negra
o un vidente que no sabe leer las estrellas.
Como un teléfono que no sabe hacer ring-ring,
o una reina que en Navidad no da un festín.
Un perro que no entierra hondo sus huesos,
alguien que no fue joven antes de hacerse viejo.
Como un heavy que no escucha a los Judas,
un filósofo que no busca aclarar sus dudas.
Como el verbo andar si le quitaran su dé,
un monje que encontró a Dios y perdió la fé.
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